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"Ayuso lo ha roto todo": el grito de quienes ya no pueden más y piden defender la sanidad pública

  • Foto del escritor: La Crónica de Almería
    La Crónica de Almería
  • 23 may
  • 6 Min. de lectura

Este 25 de mayo, profesionales y ciudadanos saldrán a las calles de la capital para denunciar el deterioro del sistema sanitario madrileño y el avance de la privatización de servicios.

'Público' hace un recorrido por la crisis de la sanidad pública en la Comunidad de Madrid a través de las voces de quienes la viven en primera línea.

Manifestación contra el desmantelamiento de la Sanidad Pública, en la Plaza de Cibeles, a 12 de febrero de 2023, en Madrid. Imagen de archivo.Alejandro Martínez Vélez / Europa Press.
Manifestación contra el desmantelamiento de la Sanidad Pública, en la Plaza de Cibeles, a 12 de febrero de 2023, en Madrid. Imagen de archivo.Alejandro Martínez Vélez / Europa Press.

En la Comunidad de Madrid, el malestar se ha colado en las salas de espera, en los pasillos de los centros de salud y en la mirada cansada de pacientes y sanitarios. Agotamiento, miedo y frustración son algunas de las emociones que se han vuelto rutina en una región donde acudir al médico se ha convertido, para muchas personas, en una carrera de obstáculos.

La sensación de asfixia no es nueva. Desde hace años, la sanidad pública madrileña se tambalea bajo el peso de recortes, privatización y falta de recursos. Pero a pesar del desgaste, algo sigue latiendo. Este domingo, ese pulso volverá a sentirse en las calles: miles de voces se preparan para salir a defender lo que aún queda en pie. Más allá de cualquier consigna, la causa es clara: proteger uno de los pilares fundamentales del estado del bienestar.

Arturo es uno de los madrileños que saldrá a la calle el domingo para exigir mejoras en la sanidad pública. Fue diagnosticado con cáncer de recto en 2021. Desde entonces, su vida ha sido una sucesión de tratamientos, efectos secundarios y una angustiosa espera entre prueba y prueba. Pero lo que más le duele, dice, no es solo la enfermedad, sino la  manera en que la administración sanitaria está gestionando su caso. "Están jugando con la salud de las personas. Y más con pacientes oncológicos. El cáncer no perdona. Si se coge a tiempo, salva vidas. Si no, no", declara a Público.

Tras someterse a quimioterapia y radioterapia, Arturo sufrió quemaduras en el esfínter y el recto que le dejaron con incontinencia. Pasó un año y medio esperando una prueba para evaluar el daño. A eso se sumó una parestesia −entumecimiento y hormigueo− en brazos y piernas, secuela de los tratamientos. La espera para una prueba neurológica fue de un año y tres meses. En su última revisión, los médicos detectaron un bulto en la misma zona donde le fue extirpado el tumor.

En enero se sometió a escáneres, rectoscopias y colonoscopias, pero los resultados no fueron concluyentes. Su oncólogo le indicó que debía hacerse una nueva resonancia en mayo. Sin embargo, cuando llegó la fecha, la máquina estaba averiada. "Después de casi media hora de pelear y montar el pollo, como quien dice, conseguí que me dieran otra cita", relata. Pero lo que recibió fue un nuevo golpe: la nueva cita es en noviembre. Ahora, teme que el bulto pueda ser un tumor maligno. Que evolucione. Que ya sea tarde. Actualmente, está en tratamiento psiquiátrico por la ansiedad y la incertidumbre.

Al igual que Arturo, Raquel también vive las consecuencias del colapso sanitario. A sus 35 años, su cuerpo y su ánimo llevan las cicatrices de un sistema que, según cuenta, la dejó sola en uno de los momentos más críticos de su vida. Su relato, compartido con Público, es el de una pesadilla en tiempo real, en la que el dolor, el abandono y la vulnerabilidad se mezclan. Todo comenzó con un dolor insoportable que nadie parecía tomarse en serio. Tras insistir durante días sin obtener respuesta, finalmente fue admitida en el Hospital Universitario 12 de Octubre. Allí, una resonancia reveló lo que Raquel sospechaba: sufría un síndrome de cola de caballo en estado grave, una urgencia neurológica que requería intervención inmediata. "Me dijeron que iban a abrir un quirófano de noche con un neurocirujano de guardia porque no podían esperar al día siguiente", recuerda.

A partir de ahí, comenzó su caída libre. Raquel es intolerante a varios alimentos, pero, según relata, cada día el hospital le servía comidas erróneas. "El resultado de mis reclamaciones no era un cambio, era quedarme sin comer", denuncia. Mientras su salud se deterioraba, su dieta era a base de ultraprocesados y azúcares, a pesar de tener problemas de triglicéridos, colesterol y prediabetes causados por medicación psiquiátrica. Las noches eran aún peores. "No podíamos ir al baño. Si te caías, no había personal para ayudarte a levantarte". La situación llegó a tal punto que la joven perdió el control de esfínteres. "Perdí la capacidad de retener la orina. Y cuando tenía problemas intestinales, también perdí el control. Necesité pañales". En su informe médico quedó registrado: dependencia grave. Aun así, dice, la presionaron para firmar una falsa alta voluntaria.

Su situación actual es límite. Incapacitada, sin recursos, sin red. "He tenido que endeudarme para poder sobrevivir. Solo le debo dinero al banco", dice. "Siento que Ayuso lo ha roto todo. Y que enfrentarte a esto solo es posible si eres rico". Raquel no solo denuncia negligencias clínicas, sino una cadena de decisiones y omisiones provocadas por unos sanitarios sobrecargados, recortes y privatización de servicios que, paso a paso, le fueron quitando la salud, la autonomía y la dignidad. Su historia es el reflejo de un sistema que ya no protege, y de una ciudad donde, como ella dice, "enfermar te puede costar la vida... y todo lo demás".

Atención Primaria, sobreviviendo 

Isabel Vázquez también estará presente en la manifestación de este domingo. Es médica de familia. Lleva muchos años viendo cómo la Atención Primaria se convierte en el eslabón más débil del sistema sanitario madrileño. Señala a Público una realidad que se repite: falta de recursos, plantillas sin reforzar y una red cada vez más frágil. "Se han ido dejando de cubrir plazas de médicos de familia y de pediatras", explica. Las consecuencias ya son visibles: sanitarios al límite, compañeras que se ven obligadas a coger la baja por ansiedad o depresión, y pacientes que se quedan sin médico asignado.

Para Vázquez, la Atención Primaria funciona como un dominó: "Si cae una ficha, las demás empiezan a tambalearse". Y añade: "La medicina de familia tiene una forma de trabajar muy concreta. No se puede atender igual a un paciente en cinco minutos que en 15. Se está restando calidad a la atención que se da". "La situación en Atención Primaria es, una vez más, de supervivencia".

Antonio Blanco tampoco faltará a la cita del 25 de mayo. Es médico internista y trabaja en Urgencias desde hace una década. Con conocimiento de causa y un tono que mezcla frustración y lucidez, describe cómo su profesión ha cambiado, y no para bien: "La situación está mucho peor que hace cinco años". Los datos lo respaldan. Recuerda, en declaraciones a este medio, que "entre 2019 y 2023, la actividad en urgencias se incrementó en 500.000 pacientes, según la propia memoria anual de la Comunidad de Madrid". A eso se suma un deterioro generalizado en los recursos humanos: "Tenemos una peor ratio de profesionales por paciente, lo que afecta también a la calidad de la formación de los residentes. ¿Cómo hacerlo bien si el tiempo disponible se ve recortado por el brutal aumento de actividad?".

Blanco denuncia unas condiciones laborales que no dejan margen: más guardias por profesional, obligación de trabajar fuera del propio servicio para cubrir huecos, y una dinámica de trabajo que recuerda a los días más duros de la pandemia. A eso se le añaden problemas básicos que agravan el malestar: "Sistemas informáticos que fallan durante días, impresoras que no funcionan, climatización inadecuadaEl entorno de trabajo es cada vez más hostil". El resultado, asegura, es una pérdida de estándares de calidad asistencial, con profesionales "más cansados, quemados y desgastados". Añade: "A corto plazo todos entenderán que no se trabaja igual en la primera hora de una guardia que en la número 24". También pone el foco en un fenómeno creciente, pero silencioso: "Cada vez más profesionales necesitan psicofármacos como ansiolíticos o se ven obligados a cogerse una baja por ansiedad. Y cada vez son más los que huyen del sistema sanitario madrileño".

Tristeza, desaliento e indignación en enfermería 

Laura (nombre ficticio para mantener su anonimato) tampoco se perderá la concentración del domingo. A sus 63 años, sigue al pie del cañón en el hospital 12 de Octubre. Es enfermera y lleva una consulta especializada en ostomías pediátricas. Con más de una década presenciando el deterioro progresivo de la sanidad pública madrileña, habla sin rodeos: "La situación lleva 14 años empeorando. A los profesionales nos provoca tristeza, desaliento... e indignación". Lo que más le impacta no es solo la carga de trabajo, sino el compromiso inquebrantable de sus compañeras: "Están agotadas, llevan encima un volumen de trabajo inmenso… y aun así no pierden la sonrisa".



 
 
 

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