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Cuando Franco quiso ser el Cid y Aznar se disfrazó del Campeador

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    La Crónica de Almería
  • hace 4 horas
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El franquismo, en busca de un pasado glorioso, se apropió del mercenario medieval para convertirlo en el “espíritu de España” y lo sacralizó como ascendiente del Caudillo. 

Alegoría de Franco y la Cruzada’, de Arturo Reque Meruvia.Archivo Histórico Militar de Madrid
Alegoría de Franco y la Cruzada’, de Arturo Reque Meruvia.Archivo Histórico Militar de Madrid

Como movimiento o dictadura sin ideología, el franquismo hizo suyos los principios de la Falange y cavó en el pasado para desenterrar a personajes míticos como don Pelayo, Agustina de Aragón y, sobre todo, el Cid Campeador, de cuya figura se apropió Francisco Franco, heredero del guerrero burgalés en su cruzada contra los rojos.

Poco importa que el Cid fuera un mercenario del siglo XI que no se sentía alentado "por una ardorosa fe católica, como rezaría más tarde la leyenda". Tampoco que estuviese durante parte de su vida "al servicio de señores musulmanes", aunque luego se convirtiese en un "salvador cristiano". Ni mucho menos que no se tratase de un caballero leal al rey.

Así, en 1955, durante la inauguración de un monumento del Campeador en Burgos, Franco proclamaba que "el Cid es el espíritu de España", hasta el punto de que los malos patriotas temían que "saliera de su tumba y encarnase en las nuevas generaciones". Precisamente, según el dictador, "este ha sido el gran servicio de nuestra Cruzada, la virtud de nuestro Movimiento".

Concretamente, "el haber despertado en las nuevas generaciones la conciencia de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que podemos ser". El tiempo verbal pasado es fundamental en un presente donde la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (1947) convertía al ferrolano en el "Caudillo de España y de la Cruzada, Generalísimo de los Ejércitos".

Las citas son de Nora Berend, catedrática de Historia Europea en la Universidad de Cambridge, quien en su libro El Cid. Vida y leyenda de un mercenario medieval (Crítica) desmonta algunos mitos sobre un guerrero a sueldo de los musulmanes transformado por los eclesiásticos medievales en un "héroe cristiano enviado por Dios".

Franco y la leyenda del Cid

Castilla, como Franco, también buscaba un pasado glorioso y el Cantar de mio Cid, escrito décadas después de su muerte, pulió al héroe y omitió que buena parte de su mesnada era musulmana. Símbolo de la nobleza cristiana durante la España imperial, en el siglo XX Ramón Menéndez Pidal "convirtió en la obra de su vida el ensalzamiento de Rodrigo".

El filólogo e historiador, quien había apoyado la Segunda República tras el golpe de 1936, consideró el Cantar como una fuente histórica, de modo que "su trabajo acabó por alimentar a Franco", escribe Nora Berend en El Cid. "Se convirtió en un pilar para el dictador. Menéndez Pidal no previó tal resultado, pero tampoco le opuso verdadera resistencia".

"Se propuso el idealista objetivo de redimir a su nación, y acabó convirtiéndose en un provechoso instrumento para una dictadura", añade la catedrática, quien describe como la propaganda hizo el resto. "El régimen de Franco sacralizó al Cid como una prefiguración del glorioso Caudillo", quien vendió la guerra civil como una cruzada y una nueva Reconquista.

El Cid galopó por los libros escolares. Aunque Franco había recurrido a los regulares marroquíes durante la guerra civil, los musulmanes volvían a ser los enemigos. "Para el régimen, el Cid no solo volvió a cabalgar, sino que verdaderamente pisoteó a todos los demás", apunta Nora Berend. La identificación entre ambos se había consumado.

Mientras el Cid daba la cara en 1937 en tres sellos de 3, 5 y 10 céntimos, un mural para el Valle de los Caídos, obra de Arturo Reque Meruvia, representaba a Franco a imagen del Campeador. La literatura, en ese sentido, es copiosa. "Cid Francisco Franco el Justo, / capitán de tus escuadras, / caudillo de capitanes", escribe Eduardo Marquina en sus Romances de laureada.

Federico de Urrutia, por su parte, se apropia sin ningún escrúpulo del Campeador al vestirlo con los colores de la Falange en el Romance de Castilla en armas: "Madrid se ve ya muy cerca. / ¿No oyes? Franco, Arriba España. [...] / Toda Castilla está en armas y / El Cid, con camisa azul, / por el cielo cabalgaba...".

"Hubo otras representaciones que establecían paralelismos visuales con el Cid, retratando, por ejemplo, a Franco a caballo con los campos de Castilla de fondo en el libro de texto para escolares de Agustín Serrano de Haro Yo soy español, de 1957", subraya la profesora de la Universidad de Cambridge.

El texto lo describe como "muy trabajador, y muy buen religioso y muy buen padre de familia". En un tono pueril, destaca que "Franco ama mucho a España: por defender a España ha sido herido en la guerra muchas veces". Para los niños quedaba clara la función del Caudillo: "Él manda y nosotros obedecemos".

Por si no bastasen los ejemplos, la prensa española informaba en 1939 de que The International Mark Twain Society iba a entregarle al dictador, de manos de la escritora Concha Espina, una medalla con la inscripción "Franco, moderno Cid" por su labor "como restaurador de una antigua cultura".

Hasta algunas voces progresistas abrazaron al Campeador. Presente en el Himno de Riego ("De nuestros acentos / el orbe se admire / y en nosotros mire / los hijos del Cid"), Emilio Castelar, presidente de la Primera República, reivindicó su figura, cuyo eco resonó también durante la guerra civil en el bando rojo.

"Entonces, los republicanos ensalzaron al Cid, asesino de musulmanes, en contraste con la confianza de Franco en las tropas marroquíes", escribe Nora Berend. "El paralelismo era demasiado perfecto: una lucha contra los invasores del norte de África requeridos por los nacionales". Los hijos del Cid, en este caso, eran los liberales y, por extensión, los republicanos.

Antonio Machado, durante un discurso en 1937, declamó: "No faltará quien piense que las sombras de los yernos del Cid acompañan hoy a los ejércitos facciosos y les aconsejan hazañas tan lamentables como aquella del robledo de Corpes [...]. Pero creo, con toda el alma, que la sombra de Rodrigo acompaña a nuestros heroicos milicianos".

Sin embargo, teniendo en cuenta los precedentes citados, no extraña que el personaje fuese secuestrado por el conservadurismo e, incluso recientemente, por la extrema derecha. "Nosotros no somos muy del CIS, somos más del Cid. A nosotros nos gustan las reconquistas", comentaba en 2019 el presidente de Vox, Santiago Abascal.

Aunque José María Aznar atesora el gran hit político de la democracia. En 1987, antes de convertirse en líder del PP y luego en jefe del Gobierno, no dudó en disfrazarse del Cid para El País Semanal. Corría el año 1987 y el flamante presidente de la Junta de Castilla y León posaba para el fotógrafo Luis Magán en el castillo de Villafuerte de Esgueva. "Su loca pasión le ha vestido, naturalmente, de Cid Campeador", podía leerse en el texto.

"Madre mía, qué fantoche. El que eligió el disfraz lo hizo a mala leche, seguro, pero Aznar estuvo muy tonto para dejarse. Todavía hoy hay quien se cree que la foto es un meme, pero no; es Aznar, voluntaria y ridículamente disfrazado de Cid, con casco y agarrando una espada. Y con bigote. Quizás el bigote fue lo peor", relata en Acontece que no es poco (La Esfera) Nieves Concostrina, quien afirma que "los rancios del relato oficial se esmeraron en revitalizar al Cid" y el exlíder del PP "se comió el mito".

El Cid y la propaganda de Franco

Medio siglo atrás, Franco, tras ser nombrado jefe del Estado e "impulsado por una campaña de propaganda al estilo fascista, adoptó el título de Caudillo, equivalente al de Führer de Hitler y Duce de Mussolini, que lo conectaba con los guerreros medievales", escribe Julián Casanova en la biografía Franco (Crítica).

En el libro, el historiador aragonés recuerda que en la tribuna del desfile de la Victoria de Madrid figuraban el águila de san Juan, el víctor triunfal y los pendones de Lepanto, del Gran Capitán, de las Navas, del Cid Campeador y de los Reyes Católicos, "recuerdos de días históricos de victoria que convertían al Caudillo en su heredero".

Una distinción que remitía al líder medieval, político o militar, cuyo arquetipo era el Cid. No sorprende el título cuando Francisco Franco definía la guerra civil como una "cruzada de grandiosidad histórica, y lucha trascendental de pueblos y civilizaciones", escribe David Porrinas en El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra (Desperta Ferro).

El Ejército franquista adoptó las teorías pidalianas y tomó al Campeador como modelo y referencia, explica el historiador extremeño, mientras que "el propio Franco se autointituló caudillo y lo suyos se refirieron a él con títulos tan rimbombantes y añejos como cruzado de occidente y príncipe de los ejércitos".

"Franco como artífice del Nuevo Estado, el regreso a la España Eterna, en la que cobraba un gran protagonismo el Cid junto a otras figuras españolas como Viriato, don Pelayo, los godos, los Reyes Católicos o Agustina de Aragón", apunta David Porrinas, quien también alude a la recuperación de un pasado glorioso.

Así, "el lenguaje pseudomedieval y la identificación con héroes de la Edad Media fue habitual en la retórica franquista y se recurrió con frecuencia a los ideales de Reconquista y Cruzada para referirse al enfrentamiento que había iniciado el bando nacional contra la España republicana", recuerda en su libro.

Términos también presentes en cómics como El guerrero del antifaz y El capitán Trueno y en películas como Raza, dirigida por José Luis Sáenz de Heredia e inspirada en la novela homónima de Jaime de Andrade, seudónimo de Franco. Aunque, sin duda, el filme más propagandístico fue El Cid, dirigido por Anthony Mann y protagonizado por Charlton Heston.

"Era una forma de legitimación del régimen de Franco a escala internacional y de situar a España en el mapa para el turismo", escribe Nora Berend, quien observa un paralelismo —intencionado o no— entre el mercenario y el dictador, "con el que se da a entender que este último era una figura heroica que luchaba por el bien común, tanto para unificar España como para protegerla (a España y a Europa) de los invasores".

Franco y el Cid, un paralelismo de película

El Campeador, que transmitía la visión de Ramón Menéndez Pidal, "se transforma en una figura santa y equiparable a Cristo", aunque "apenas guarda relación con la figura histórica y, además, blanquea la brutalidad de Franco", según Nora Berend. "Pretendía hacer creer que su causa era justa y noble".

"El Cid del filme, si bien fue concebido para justificar a Franco y transformarlo en un personaje compasivo y aceptable para los habitantes de los países democráticos, al final se vengó convirtiéndose en un héroe multicultural, lo opuesto al unificador nacional cristiano de Franco", concluye la catedrática de Historia Europea en la Universidad de Cambridge.

La distorsión que sufre la figura histórica del Cid en la pantalla es similar a la que experimenta en el imaginario conservador, que deposita en su figura los valores nacionalcatólicos. Sin embargo, tras la muerte del dictador en 1975, se convierte en "un personaje vergonzoso para muchos españoles debido a su destacada vinculación con la dictadura criminal de Franco", según Nora Berend.

Un régimen que retorció su figura en beneficio propio, desde un punto de vista político pero también cristiano. "Es evidente que Rodrigo no distinguía entre amigo y enemigo en atención a su credo. Al igual que la mayoría de los hombres de la época, a él no le movía la lealtad religiosa", escribe la historiadora, quien en su libro desmonta otros mitos y rechaza la existencia —o la denominación— de las espadas Colada y Tizona, del caballo Babieca o del propio nombre del Cid.

"Su verdadera biografía está mucho más llena de claroscuros que esa radiante imagen del héroe recto, que antepone la fe y el honor del reino a su destino, creada primero por el Cantar de Mio Cid y otros cantares de gesta y más tarde por el romancero", insisten Arsenio e Ignacio Escolar en La nación inventada. Una historia diferente de Castilla (Península).

Alimentado por la leyenda y el relato oral, "el mito posterior realza los claros y tamiza los oscuros del personaje", añaden en su libro los periodistas burgaleses. "Y así convierte a un mercenario de indudable talento militar [...] en un héroe sobre el que Castilla, siglos después, construye gran parte de su identidad nacional". Y, habría que añadir, también la España de Franco, de José María Aznar y de Santiago Abascal.

Nora Berend cree que no solo vuelve a estar "de moda", sino que algunos están usando de nuevo su figura heroica como modelo: "No es de extrañar que esto suceda de forma más notable dentro de la extrema derecha, ante la que el Cid se presenta como un precursor medieval para los supremacistas blancos, liderando una guerra vital contra los musulmanes y los migrantes".


 
 
 

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