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  • Foto del escritorLa Crónica de Almería

Modernización neoliberal: el proyecto de país de Felipe González

El demoledor Informe Petras, elaborado en 1995 y publicado en 1996, constituye el más fiel retrato del felipismo realizado hasta la fecha.

Javier Lezaola - LÚH - 4 de noviembre de 2022

Felipe González, el pasado sábado en Sevilla; a la derecha, portada de la revista ‘Ajoblanco’ que publicó el Informe Petras


Por supuesto que Felipe González tuvo un proyecto de país, y ese proyecto de país lo refleja como nadie el demoledor Informe Petras, que constituye el más fiel retrato del felipismo realizado hasta la fecha. Lo elaboró en 1995 el sociólogo estadounidense James Petras, colaborador del lingüista estadounidense Noam Chomsky, por encargo del CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas), que tras conocer sus resultados lo guardó en un cajón, por lo que tuvo que ser la histórica y ya desaparecida revista ‘Ajoblanco’ la que lo publicara en 1996.

“Con uno de cada cinco trabajadores desempleado, la estrategia de liberalización no está dirigida a aumentar el empleo, sino a facilitar la adquisición extranjera de industrias locales y a incrementar la presión a la baja sobre los salarios para facilitar la acumulación de capital”, advertía el informe, que añadía que la España de Felipe González “representa un especial caso «avanzado»”, pues “sus niveles de desempleo y paro juvenil son los más altos de Europa Occidental y Norteamérica” y es ella “quien se ha encaminado más lejos y más rápido hacia un sistema laboral de dos tercios, donde las ordenanzas laborales establecen abiertamente por ley desigualdades de renta sustanciales y salarios por debajo del límite de pobreza; con escasas, cuando las hay, reglamentaciones en lo que concierne a abusos patronales”.


Como líder del PSOE (1974/1997) y presidente del Gobierno (1982/1996), Felipe González desempeñó un papel protagonista en el largo reinado de Juan Carlos I. Tomó el control del PSOE en 1974 con el apoyo de EEUU y del franquismo, y su etapa de gobierno –coincidente en el tiempo con la ofensiva neoliberal encabezada a nivel planetario por el presidente estadounidense Ronald Reagan y la primera ministra británica Margaret Thatcher, con quienes mantuvo unas excelentes relaciones– y su proyecto de país bien podrían calificarse de modernización neoliberal, en línea con el propio Informe Petras, basado en el “estudio de casos de 20 trabajadores de generaciones pasadas y presentes” y que refleja “los costes humanos y los destructivos efectos sociales de la modernización a través de la estrategia de liberalización”.


El informe destaca que la “modernización de la economía española entre 1982 y 1995” involucró fundamentalmente “tres estrategias interrelacionadas”. Una, la de “liberalizar la economía”, marcada por la liberalización de los mercados, la privatización de empresas públicas y bancos, la libre convertibilidad y la flexibilización del mercado laboral. Dos, la de “ahondar la inserción de España en la división internacional del trabajo”, marcada por la integración de España en la UE –entonces CEE– y con ella la reconversión de la industria y la expansión de los servicios, especialmente el turismo. Y tres, la de “configurar un nuevo «régimen regulador»”, marcada por el reemplazo de los “anteriores «tecnócratas nacionales», empresarios y actores sociales con vocación local” por el “predominio de los servicios y de los actores sociales de orientación internacional”, así como por la “ampliación del papel del Estado a la hora de financiar, subvencionar y sacar de apuros al capital privado, multinacionales extranjeras incluidas”.


El documento analiza esa triple estrategia de modernización neoliberal –que fortalece “a los empresarios sobre los trabajadores, al capital extranjero sobre el nacional y a los «servicios» (banca, especulación, bienes inmobiliarios y turismo) sobre el capital productivo (industria, agricultura, minería)”– pero se centra sobre todo en su impacto en tres ámbitos: la “estructura social y política”, la “organización social” y la “cultura cívica”.

Estructura social y política: “Mayores gastos en la educación superior, en un sistema donde predomina la clase media, y gastos relativamente más bajos en la formación profesional, los cuales afectan a la clase trabajadora, podrían incrementar las desigualdades, mejorar la calidad de la educación de la clase media, y tener un efecto contrario sobre la clase trabajadora”, advierte el informe.

Organización social: “La modernización ha debilitado el sentido de compromiso comunitario en los asuntos sociales y ha creado mayor atomización social y desarticulación de las organizaciones sociales, especialmente entre la gente joven”, añade.

Tampoco sale bien parado el impacto de la modernización neoliberal en la cultura cívica, marcada por variables como la opción política, que “no se basa sólo en el número de partidos sino en el grado de apertura del sistema político a debatir estrategias alternativas de desarrollo”; el libre acceso a la información, que “no se basa sólo en la libertad para publicar o leer cualquier cosa que se desee, sino también en el acceso equitativo a los media para presentar ideas al público”, o la libertad para organizarse, que “implica «bajo coste» al unirse a una organización”: “Los trabajadores eventuales pueden ser legalmente libres de afiliarse a un sindicato, pero los empresarios son igualmente libres de negarse a renovarles el contrato, lo cual socava en la práctica el derecho de asociación”, advierte el documento.


El Informe Petras, elaborado –recuérdese– en 1995, destaca asimismo que “la creciente evidencia de la implicación del Gobierno en la organización y financiación de una organización paramilitar como los GAL es totalmente incompatible con cualquier noción de cultura cívica”, pues “las organizaciones paramilitares extra-legales violan los derechos humanos y la política estatal se encamina a limitar la participación ciudadana, dominar las cadenas de comunicación y concentrar la actividad política en el liderazgo personal de la élite política”.

El documento detectaba ya, hace tres décadas, dos problemas relacionados entre sí y que algunos con pocos escrúpulos han presentado recientemente como novedosos y desconectados de sus verdaderas causas, lo que otros con aún menos escrúpulos han aprovechado para evocar y reivindicar los tiempos de la elaboración del propio Informe Petras e incluso los del franquismo, del que convendría no olvidar muchas cosas, y entre ellas que en 1974 ayudó a Felipe González a tomar el control en el PSOE.

El primer problema es el de la “brecha generacional”, y es que el sociólogo estadounidense percibió en España una clase trabajadora “profundamente dividida” entre una “menguante” mano de obra fija constituida por “trabajadores fijos y sindicados, con un salario llevadero y beneficios complementarios” y una “creciente” mano de obra eventual constituida por “trabajadores eventuales que trabajan por el mínimo (o por debajo del salario mínimo) con horarios irregulares”. Generalmente, los primeros eran “los «padres» o «madres» que entraron en el mercado laboral a finales de los sesenta y a principios de los setenta, durante la estrategia de industrialización nacional del tardofranquismo” y los segundos eran “los «hijos» e «hijas» que entraron en el mercado laboral a finales de los ochenta y principios de los noventa”, es decir “en plena aplicación a gran escala”, por parte del felipismo, “de una estrategia económica neoliberal”, advierte el documento.


Para los primeros, “el empleo no era un problema grave”; para los segundos, “el empleo es el problema número uno”. Para los primeros, “una vez se estaba empleado, aquello era, si uno quería, de por vida, siempre que uno no infringiera las reglas políticas del régimen de Franco”; para los segundos, “no hay prácticamente empleos estables, la mayoría son eventuales, sin porvenir y mal pagados, «bajo mano»”. Para los primeros, “la estabilidad en el empleo proporcionaba una base para la continuidad y un grado relativo de certidumbre a la hora de hacer proyectos para tu ciclo vital”; para los segundos, “las relaciones estables, a largo plazo, con posibles compañeros ni se plantean”, pues “¿cuándo y dónde podrían consumarse?”. “De modo que una serie de relaciones transitorias, construidas en tomo al fin de semana, se vuelven la norma. Cualquier otra cosa es un arreglo «complicado», que implica visitas a la casa y pasar las noches con padres intrusos, o escapadas ocasionales de fin de semana. Los «placeres de la familia extensa» se ven, en tales circunstancias, muy constreñidos. Los padres se quejan de que los hijos se limitan a «ir y venir», no contribuyen en nada cuando trabajan (a menos que se les presione). Mientras que los hijos se gastan todos sus ingresos en equipos electrónicos, fines de semana en bares y discotecas, y lo que sobre para unas eventuales vacaciones”, añade el informe más atinado sobre el proyecto de país de Felipe González, que abrió el camino al proyecto de país que vino a completarlo: el de José María Aznar.

El “asombroso” segundo problema se plantea al hilo del primero, y es el de la “indiferencia de la sociedad, incluyendo la indiferencia de la clase media «progresista»” ante el “destino” de esos “millones de jóvenes mal pagados y subempleados sin futuro”. “¿Dónde están los progresistas?”, se preguntaba entonces Petras, que apuntaba una cuestión que los citados personajes sin escrúpulos han presentado recientemente y siguen citando como novedosa y desconectada de sus causas reales: “Están activos, pero lo que les interesa es el 2% de «marginales»: los gitanos, los drogodependientes, las prostitutas, los inmigrantes; el acoso sexual, el racismo… Cualquier cosa menos el destino de tres millones de españoles desempleados, los jóvenes trabajadores con contratos temporales y los que tratan de vivir del salario mínimo”. “No quiero ser malinterpretado. Por supuesto que estoy en contra del acoso sexual, la discriminación y el racismo. Pero aquí y ahora, y en la estructura de clases española, la distancia entre los problemas sociales a largo plazo y a gran escala, y las actividades de los progresistas es escandalosa. ¿Por qué eluden su realidad nacional y social?”, se preguntaba el sociólogo estadounidense a continuación.


Básicamente, por dos razones, apuntadas por el propio Petras en su informe. Una, porque “luchar por los derechos legales de las pequeñas minorías” no implica “ninguna confrontación con el Estado y menos aún con los empresarios”, mientras que “comprometerse en la lucha por los sub y desempleados” implica “confrontaciones muy duras y sostenidas con el Estado y los empresarios (y los medios de masas)”. Y la otra, porque “la actual moda ideológica entre la clase media progresista pone en tela de juicio la noción misma de «clase»”, sustituyendo conceptos como intereses de clase o conflicto de clases por otros “del tipo «identidades sociales», «ciudadanía» y «derechos»”.

En su condición de primer ministro de Juan Carlos I durante aquella etapa, Felipe González puede ser el segundo o incluso el primer responsable de todo eso, pero no es el responsable único, como evidencia el propio documento a continuación.

Y es que según “casi todos” los trabajadores consultados para la elaboración del Informe Petras, el tardofranquismo y la Transición fueron tiempos “de una gran participación social, de optimismo en el futuro y del más fuerte sentido de solidaridad social”, y “la mayoría” de ellos fecha “la caída de su activismo social y su desilusión creciente con el proceso político” en la llegada de Felipe González al Gobierno en 1982, aunque “otros” consideran que “la decadencia” llegó antes: con los Pactos de la Moncloa de 1977, “en los que el partido comunista y su sindicato, Comisiones Obreras, aceptaron limitar la política de clase independiente en aras de una subordinación del activismo popular a las campañas electorales”. Felipe González y Santiago Carrillo; Santiago Carrillo y Felipe González.

“Aunque una «solidaridad residual» se manifestó en dos huelgas generales masivas (14 de diciembre de 1988 y 27 de enero de 1994)”, ya desde mediados de los ochenta “muchos obreros” sienten que el Gobierno de Felipe González –con su “adopción de la economía de libre mercado” y su “apadrinamiento de la legislación antitrabajo”, así como con “la honda inmersión de funcionarios socialistas en prácticas corruptas” y “su apadrinamiento de grupos paramilitares”– ha “traicionado sus valores y su compromiso con el trabajo” y que incluso los sindicatos “socialista” –en referencia a UGT– y “comunista” –en referencia a CCOO–, “fuertemente burocratizados y dependientes de las subvenciones estatales”, han “perdido parte de su atractivo para muchos obreros”, al ser vistos ahora, más que como “organizaciones con un proyecto político alternativo”, como “meros organismos «de protección del empleo»” destinados a “negociar cierres patronales a fin de estipular compensaciones apropiadas”.


El Informe Petras advertía ya entonces de que –puesto que “el neoliberalismo derriba las tradiciones, las costumbres y la continuidad en el puesto de trabajo, socava la formación de nuevas familias y perpetúa la «familia extensa» de un modo anormal”– “los movimientos puramente «instrumentales», o movimientos por puntos concretos en pro de un «trabajo digno» o «empleos», es poco probable que conduzcan a ningún tipo de movimiento que haga camino”, pues es “fundamental” la “necesidad de educar en nuevos valores socioculturales, que brinden una comprensión más profunda de las relaciones entre el descontento privado y la realidad social” y más concretamente sobre “cómo las experiencias sociales cotidianas del trabajo y la lucha colectivos brindan la base para una visión social alternativa de la sociedad, el Estado y el trabajo”.

Pero nada de eso se hizo, y la inseguridad personal siguió vinculada “a relaciones transitorias” y las historias personales siguieron siendo “una serie de buenos y malos episodios desconectados entre sí” durante al menos una década y media o dos décadas más, hasta que aquella olla presión estalló por donde pudo, y es que el 15M data de 2011 y el colapso del turnismo bipartidista data de 2015.

“Abundan las excepciones, especialmente entre una acérrima minoría de activistas de ambas generaciones; pero la hostilidad a la política de partidos es universal y refleja la brecha cada vez más honda entre las élites políticas dominantes y la masa de trabajadores atomizados, especialmente los jóvenes, empleados temporales y parados”, y a ello no es ajeno el hecho de que “los sindicatos socialistas se volvieron, en la práctica, apéndices del Estado” y “los sindicatos comunistas, aunque en cierto modo más activos, fueron sometidos por los pactos políticos de los líderes de su partido, cosa que socavó la militancia local”, sigue el documento. “Aunque la calidad de vida de los jóvenes trabajadores era mejor que la de sus padres mientras estaban creciendo, las perspectivas de futuro son mucho más negativas. Además, como les han mimado y satisfecho todos sus deseos de consumo, carecen del empuje y la iniciativa para cambiar su estatus. Más aún, cuando llegan a la edad adulta no hay modelo político ni movimiento que les atraiga. Ni tampoco sus padres les han provisto de un marco de referencia político para hacer frente a sus adversarios sociales y políticos”, continúa golpeando el Informe Petras con las verdades del barquero. Como esta otra: la “falta” de medios de comunicación alternativos y la “dominación” de los mass media “limitan el flujo de las fuentes de información alternativas y criticas” y “exacerban” las “inseguridades socioeconómicas” de los jóvenes trabajadores, por lo que estos “se «desconectan» y acaban por «ignorar» la actualidad”.

En 2013 –es decir dos años antes del colapso del turnismo, dos años después del 15M y casi dos décadas después de la elaboración del propio Informe Petras–, el sociólogo estadounidense mantuvo, con la emisora uruguaya CX36 Radio Centenario, una entrevista en la que, preguntado precisamente por Felipe González, consideró que el exlíder del PSOE y expresidente del Gobierno español no es sólo “un reaccionario”, sino también “uno de los más corruptos e inmorales en toda la historia de la política socialdemócrata europea”. Con proyecto de país, eso sí. Un proyecto de país que Petras conoce desde hace tres décadas. Y mejor que nadie.



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