Este año se cumplirán 41 años de su fundación. Cerró sus rotativas en 1998, tras ser una escuela de excelentes periodistas y destapar varias exclusivas.
JOSÉ MANUEL BRETONES Almería, Actualizado a 31/01/2023
Parte de la plantilla del periódico La Crónica cuyas oficinas estaban situadas en la calle Andalucía en el barrio de Ciudad Jardín
El 28 de julio de 1982, una fecha capicúa, está ya marcada en la historia del periodismo provincial. Ese día, de hace 41 años, se ponía a la venta el número 1 del diario “La Crónica”. Fue un rotativo rompedor que estuvo en los kioscos hasta el 30 de noviembre de 1998 y por donde pasaron excelentes periodistas que, aún hoy, dan muestras de su valía profesional en la prensa digital, gabinetes de comunicación y medios audiovisuales.
El periódico lo montó en pocos meses el periodista de Ciudad Jardín Joaquín Abad Rodríguez, que había sido redactor en Canarias y en Madrid. Volvió a Almería para cubrir con su proyecto un nicho de negocio porque, aunque ya existían dos cabeceras, una estaba controlada por el gobierno y la otra pertenecía a la Iglesia. Por lo tanto, un diario independiente tendría mucho recorrido.
La inversión inicial para arrancar con rotativa propia partió de pequeños accionistas que aportaron unos cuantos duros y de un exiguo crédito oficial, aprobado por el Consejo de Ministros, cuyos millones nunca llegaron a Almería. La oficina para los primeros pasos se ubicó en un sótano que había junto a Parriego, en el Paseo, pero los periodistas y el personal de taller ocuparon un piso de la calle Reyes Católicos, 12. Comenzó como un diario modesto, de 24 páginas, con mucha opinión foránea y local y con distintas plumillas más obedientes de directrices ajenas que de los criterios de la editora.
Y, claro, cuando hay más pies sobre las mesas que manos en los teclados y más acatamiento en las doctrinas que disciplina laboral, pasó lo que pasó. Un intento de controlar el medio, a los pocos meses de su nacimiento, terminó en conflictos, despidos procedentes y tensión; distintos accionistas fundadores huyeron con sus largas piernas y los otros desistieron en significarse. A pesar del motín, extirpado a tiempo, el periódico conservó su cita con los lectores, ya que un nutrido grupo de trabajadores se mantuvo fiel a la cabecera. Aún hoy, 41 años después, alguno de los huelguistas mira al retrovisor y sigue preso de resentimiento.
Pero esa contrariedad permitió que “La Crónica” comenzara a ejercer una habilidad similar a la mitológica Hidra de Lerna. Si decapitaban alguna de sus fuentes renacía otra con mayor ímpetu. El “no hay mal que por bien no venga” sirvió para relanzarse con otro diseño y editora, contratar a periodistas mejor formados y a presentar ante la sociedad una información contrastada y cierta; eso sí, envuelta en adjetivos y frases grandilocuentes, pero cada tendero empaqueta su producto como mejor se vende.
Es verdad que los mandamases políticos de los ochenta, haciendo gala de su espíritu democrático, ninguneaban a los periodistas, no convocaban al medio a las ruedas de prensa, eliminaban al diario de las campañas institucionales de publicidad y acusaban de fascista a todo aquel que osaba escribir dos líneas, aunque fuesen cartas al director. Y obtenían lo contrario: tanta dificultad agudizaba el ingenio y se obtenían noticias de las fuentes más inverosímiles ofreciendo exclusivas nacionales: desvío de fondos oficiales, robo de armas de guerra en la Guardia Civil, contratación ilegal de africanos en los invernaderos, crímenes ocultos…
El periódico se leía y se vendía porque la redacción trabajaba horas y horas en noticias propias, reportajes únicos y denuncias públicas; además, se vanagloriaba de contar con un batallón de colaboradores ilustres y, por supuesto, de unos lectores fieles, casi forofos. Por las mañanas, cuando los gerifaltes de la época de la Plaza Vieja o de las calles Arapiles y Navarro Rodrigo leían en sus despachos aquellas maravillosas portadas no era raro oírles vociferar, blasfemar y maldecir en arameo, ignorando que el manantial informativo del que el periódico bebía brotaba al otro lado de sus tabiques.
Cabecera del rotativo almeriense
El gusanillo de “La Crónica”
La redacción, ya en la calle Andalucía, era un constante ir y venir de gentes: periodistas vascos, navarros y madrileños recién contratados –porque “eran los mejores”, decía el director-, que no sabían donde estaba la Puerta de Purchena, pero se adaptaban con suma facilidad y escribían de maravilla; articulistas que el monstruo del rodillo había engullido y desvelaban las miserias políticas de sus ex jefes; estudiantes que suspendieron el BUP y les gustaba “eso de escribir”; comerciales y administrativos avispados; distribuidores centellas; expertos tipógrafos; colaboradores expertos en espeleología, Semana Santa, zoología o submarinismo; magníficos fotógrafos del blanco y negro, revelado y fijador, o maquetistas, montadores y diseñadores de primera. Existía tan buen ambiente en aquella redacción donde se quemaba tabaco sin mesura, se engullía Coca-Cola a litros y se mordisqueaba sobre el teclado la comida chorreante que traía el Burguer Coco, que surgieron innumerables parejas de apasionados ligues, novios enamorados, fogosos amantes, amoríos con trueque o matrimonios como Dios manda, que aún perduran.
Allí todo el mundo tenía acogida y el gusanillo de “La Crónica” mordisqueaba tan dentro que dejaba una cicatriz duradera, casi eterna, generando en la plantilla una fidelidad laboral incombustible, a pesar de que la editora elogiaba en exceso al desconocido que aparecía por la puerta.
Aquella cabecera libre de ataduras, que llegó a ser líder en 1987-88 y a salir con 86 páginas diarias, marcó varios hitos en el país al ser la primera en muchas cosas: sustituyó de un día para otro las viejas máquinas de escribir Olivetti por Macintosh; recuperó a los voceadores de prensa en la calle; editó suplementos semanales de artistas locales, toros, fútbol, deporte base, cultura o temas juveniles; empleó bobinas de papel reciclado para sus ejemplares cuando nadie sabía qué era eso de reutilizar los recursos; tuvo una mujer directora que jamás pisó la redacción, a otra que fue esposa del dueño; al director de diario más joven de España según el estudio del historiador D. Florentino Castañeda y Muñoz (1905-1995) o periodistas veloces porque trabajaban conectados a la redacción con unos pesados “walkie talkie” verdes de “Intal”. También fue el primero en cuestiones no tan buenas: en sufrir el secuestro de sus ejemplares, en que metieran preso a su propietario por publicar una jugosa información obtenida con pillería, en sufrir un incendio intencionado en su rotativa y a pesar de ello salir a la calle horas después…
Porque un relato constante fue su particular guerra informativa contra un mafioso vestido de negro que atemorizaba a la acobardada ciudad. Innumerables disgustos ocasionaron a la editora, a su personal y a sus familias, pero enarbolando la bandera de la libertad de expresión siempre se salió adelante, aunque un colega de la competencia opinara que los tiros, las bombas, las amenazas, los coches calcinados y las palizas eran inventos. Es más, aquella información valiente contra el malo fue el detonante para que la empresa adquiriera la cabecera del histórico semanario “El Caso” y trasladara, desde Madrid a Almería, su redacción central. Aquello fue un espaldarazo a la profesionalidad de la plantilla porque estabas allí, con tus asuntos cotidianos, y de repente se te acercaba Margarita Landi, Eugenio Suárez u otros maravillosos periodistas de aquel apasionante mundo de los sucesos para preguntarte de qué escribías. Una experiencia irrepetible.
Desde 1993, el periódico comenzó a expandirse con cabeceras y redacciones propias, llenas de estupendos periodistas, en Granada, Vera, Motril, El Ejido... El espíritu combativo de “La Crónica” se extendía y, quizás, esa inversión fue una de las tres causas de su prematura muerte. Las otras llegaron por la pésima gestión empresarial de los últimos años y por la pérfida ingratitud política.
Cuarenta y un años después de su nacimiento, es justo recordar y evocar a los innumerables profesionales que integraron el periódico y, por unas fatales circunstancias o por otras, ya no están entre nosotros. Descansen en paz. “La Crónica”, incluida.
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